Hace calor. Llego tarde. No lo sé, no me importa demasiado, aun tengo pegado el culo en el sofá.
Llego tarde. No me importa.
Me levanto, me pongo las gafas de sol y me adentro en el metro.
Hace calor.
Últimamente todo va acompasado, ni al metro ni a los trenes ni a ningún transporte público le apetece hacer lo que debe, estoy con ellos, a mí tampoco no me apetece.
Llego tarde.
Voy mirando los números de gran vía. Voy por la sombra, ya se sabe que los bombones se deshacen con el calor.
No me cuesta nada llegar al extraño edificio.
Todo exterior, 5 habitaciones, solo 4 ocupadas, 2 baños, terraza y muchos sofás en la sala.
4º piso.
Al ascensor le cuesta abrirse, una señal inequívoca de mi inmediato error inmobiliario.
Me recibe una perra blanca muy simpática, la cual no estaba invitada a la fiesta. El anfitrión piensa lo mismo y alega que se va dentro de una semana, aun no le encontraron casa nueva.
Dios mío!!!!!!!!! Si incluso los perros tienen que buscar compañeros de piso decentes!! Me solidaricé con esa perra a muerte. Lo que debes haber sufrido en esa casa de paredes desconchadas y de alegrías mohosas. Tus recuerdos atrapados en paredes amarillas, detrás de puertas con pomos rotos.
Amiga, compañera, sufridora, en ti encontré la perfecta estampa de esa casa. Solo entrar supe que quería salir.
Vuelve el calor.
Ya en la calle, analizo los pormenores de la casa: dos baños completamente equipados de la edad de oro del precio justo. Fauna salvaje en los baldosines abandonados de una cocina digna de Carmen Sevilla, no la de cine de barrio, sino la que conquistó a tanto americano hollywoodiense en los glorioso años del espagueti western. Me embarga un sentimiento de huida, que no me abandona hasta llegar a una casa amiga. Donde, por fin, puedo miccionar sin miedo a ser devorada por un alien de inodoro.
Aunque hace calor, ya no me importa, estoy a salvo.
lunes, 20 de agosto de 2007
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